jueves, 9 de octubre de 2008

HABLANDO DEL ACTO DE CULTO

En 1 Corintios 14:20-33, hablando de las lenguas espirituales, Pablo toca el tema de la manera como se debe desarrollar el culto al Señor y establece por lo menos tres propósitos para el mismo: 1. Obviamente, adoración a Dios (v. 25). 2. Conversión de los incrédulos (v. 23-25). 3. Edificación de los creyentes en amor y comunidad (v. 26).

El apóstol manifiesta que para que este triple propósito se logre debidamente, el culto debe presentar dos características esenciales: La decencia y el orden (v.40). En el griego, la palabra que se traduce como “decentemente” es euesquemnos, literalmente “buen esquema” y significa: “De buena apariencia”, es decir, que se ve bien, que es agradable a la vista. La palabra traducida como orden es tázin, y significa: “Conforme al orden prescrito”. Desde luego, ninguna de ellas contiene la idea de reprimir el gozo y el júbilo, sino de expresarlo ordenadamente.

El culto judío, que es el modelo original del culto cristiano primitivo, se distinguía del culto pagano (específicamente el greco-romano), entre otras cosas fundamentales, por el orden y la buena apariencia del mismo. Para el pagano era común celebrar su culto con “francachela y comilona”, por eso Pablo les llama la atención a los corintios (quienes venían de esa cultura), pues estaban dándole al culto cristiano una apariencia pagana (1 Corintios 11:17-34), les anima a mantener las sanas costumbres cultuales y les advierte sobre las correcciones acarreadas por desviarse de ellas.

La razón básica de la diferencia radicaba en que el judío venía al culto a “ofrecerle” a Dios adoración. Dios era el centro y razón de su culto; en cambio, el pagano, venía al culto a “recibir” de su dios (cualquiera que este fuera) alguna bendición. Aparentemente el centro de su culto era ese dios, pero en el fondo era él quien quería sentirse bien y recibir muestras de bondad de parte de su dios. Es decir, el adorador se convertía en el centro del culto, y quienes estaban encargados de presidir ese culto, preparaban todo para que los adoradores salieran satisfechos.

Por eso, la pregunta clave a la hora de reflexionar sobre nuestra actitud en el culto es: ¿A qué he venido a este culto? ¿A adorar sinceramente a Dios con manos y corazón puro? ¿O a llenar ciertas necesidades personales y alcanzar satisfacción interna? Lo cierto es que cuando venimos en la primera actitud, también alcanzamos satisfacción y plenitud personal, pero cuando venimos en la segunda actitud, aunque salgamos contentos por haber obtenido satisfacción personal y haber pasado un rato agradable, en el fondo realmente no hemos practicado la correcta adoración.

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